Siempre me he preguntado, desde muy joven, qué era para mí la música. Recuerdo escuchar a mi madre tocar al piano piezas de Chopin, Beethoven, Bach o Schubert y cómo solía acostarme en el suelo, junto al piano, sobre un cojín y dejaba que aquella música llenara mi alma. Fue entonces cuando la música se apoderó de mí y ya jamás me ha dejado.
Porque la música es inexorablemente sentimiento y también razón. Sentimiento porque en ella van entrelazados, como en una filigrana, la emoción y las notas. Cada nota es un como suspiro, un anhelo, un grito, un canto de alegría o como el más lánguido de los lamentos. Lo importante es que nos haga sentir, que nos conmueva y suscite en nuestro interior una sensación indescriptible, prácticamente inenarrable, que se percibe como algo sobrenatural y místico, que todo ser humano, provenga de donde provenga y sea quien sea, comprende y siente. Esto es, a mi parecer, lo que hace que la música, la buena música, no sólo sea sublime, si no también universal.
Y luego está la razón. Para interpretar música hay que pensar y discernir, porque la música es también pura lógica, escrita con notas y silencios que son valores y separadas en compases que son ecuaciones y que delimitan un canon perfecto que resulta en un maravilloso panel matemático. Con el alma se interpreta una melodía, se le otorga espíritu, como el poeta que compone unos versos que son pura magia pero que, para realzar su hermosura más plena, han de seguir un orden perfecto que entra en el mundo de los números y que aporta a esos versos cadencia y ritmo. Es exactamente lo mismo en música. Porque ésta es universal porque logra atrapar en su esencia todo el sentimiento humano: alegría, amor, sufrimiento, pasión, desesperación y luminosa esperanza, pero siempre dentro de un orden, que también es universal, que le agrega a ese enigma magnífico que es el espíritu humano, orden, pauta, ritmo, propósito, cadencia…, como el corazón, cuyos latidos marcan el hálito de vida de cada instante y para todo ser viviente.
En mi caso la música va ligada, de manera irremediable, a un instrumento: el piano. El piano es una segunda voz proyectada. Es la voz de mi alma y razón, que de manera conjunta, proclaman lo que las palabras no logran describir. En el piano dialogo con algo o alguien, porque para mí el piano es un amigo fiel, que me permite compartir lo más profundo, orar con lo divino y plasmar, sobre las teclas, lo que sólo Dios y la música saben sobre mí mismo.
Mis maestros, aquellos a los que considero mis mentores en música son, entre muchos, Bach, Mozart, Beethoven, Schubert, Chopin y por supuesto Verdi, Puccini y Granados, Falla o Albéniz. Creo que mi estilo de composición pianística se ha visto muy influenciada por estos tres últimos gigantes de nacionalismo español y por otro nacionalista y romántico como es Chopin. En esta Suite para piano que he llamado “Miniaturas”, he querido plasmar todo aquello que mis maestros musicales me han enseñado a lo largo de mi vida y que ha sido el amor por las melodías sencillas que guardan el espíritu y la identidad de una nación. Me he dejado, de esta manera, impregnar por el folklore de aquellos países en donde he vivido: España, Italia, Estados Unidos, Portugal, Grecia, el Caribe… En todos estos lugares la música más sencilla, la que surge del pueblo, es la que más me ha interesado a la hora de inspirarme al componer.
Los paisajes, las vivencias, las gentes, todo es excusa para recordar y para dibujar escenas musicales que narren una experiencia, que nos permitan vislumbrar la hermosura de un lugar o la alegría o el sufrir de las gentes que lo habitan. Chopin, por ejemplo, elevó al más alto nivel las melodías del campo polaco que escuchó en su niñez y de aquellas tonadas simples surgieron verdaderas obras de arte como son sus polonesas, sus mazurcas, o los aires polacos presentes en toda su música.
Lo mismo hicieron Granados, Albéniz o Falla. Tomaron esa música popular y la transformaron en algo universal, trascendente. Es lo que yo he pretendido hacer, con toda la humildad del aprendiz que intenta seguir los pasos de aquellos que le han precedido, al crear mi música. Y concretamente en esta suite para piano, he buscado en lo más recóndito de la identidad de España, en sus cuentos, poemas, cantos, bailes, gentes y paisajes, para plasmar un lienzo de sonidos lleno del cromatismo que existe en la música de este país, de su incierto y maravilloso rubato, de sus arabescos misteriosos y del misticismo y rudeza de sus montañas, sus costas o sus inmensas llanuras y soledades. Esta Suite es un compendio de bocetos de un viaje por esta tierra donde las notas narran historias, cuentan emociones y describen paisajes inesperados. Espero que al escuchar estas piezas os logre transportar a través de la historia y los muchos contrastes de este país prodigioso.
Recital de piano en La hora de la Ortega-Marañón | Suite para piano “Miniaturas”